La inflación arrincona al Banco Central Europeo. Este jueves celebra su penúltima reunión del año mirando ya a diciembre, cuando la institución dará el paso definitivo sobre el Programa de Compras Contra la Pandemia (PEPP). Sin embargo, incluso con todo su arsenal aún plenamente desplegado, los precios están presionando al Consejo de Gobierno.
La institución decidió en septiembre reducir la intensidad de sus compras mensuales de activos, pero los elevados precios energéticos y los problemas de suministro amenazan con frenar el crecimiento mientras se elevan los rendimientos en la deuda soberana. Así que el BCE ha cambiado el guión y realmente no ha reducido sus compras.
A la presión inflacionaria se suman los efectos de los cuellos de botella sobre una economía en proceso de recuperación. Christine Lagarde y los suyos deben convencer de que la inflación es transitoria y no subirá mucho más, frente a quienes piensan que una inflación tan alta con tipos de interés tan negativos y en medio de perspectivas de crecimiento más débiles nos llevan por el mal camino.
Las expectativas de inflación superan el 2% y el IPC general se sitúa en el 3,4%. Las últimas proyecciones del BCE prevén una inflación del 1,7% en 2022.
La duda es hasta cuándo sostendrá el BCE su mensaje antes de readaptar su política. El temor es que esta inactividad merme la confianza y la credibilidad del organismo.
Lagarde argumentará de nuevo que gran parte de la subida de los precios se debe a elementos externos y temporales por el contexto energético. El equilibrio es difícil cuando el aumento de la inflación convive con problemas de oferta (insuficiente por los cuellos de botella) y una alta demanda (por la reactivación tras la pandemia).
La estrategia del BCE pasa por finalizar el plan antipandemia sin deteriorar las condiciones de financiación y el organismo baraja ya la creación de un nuevo paquete de emergencia. Lagarde debe convencer más que nunca al mercado mientras dibuja la transición.